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Entre patinetas, bicis BMX, tatuados, tatuadores, libros dependientes e independientes, así como otras actividades apocalípticas, el domingo 16 de diciembre de 2012 a las seis de la tarde en el Centro Cultural Gabriela Mistral —ex UNCTAD III, ex Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, ex Diego Portales, y ahora GAM— presentamos Oceana de Maori Pérez, al alero de la Última Furia del Libro.

En el subterráneo de este edificio democrático-dictatorial-neoliberal (según denomi-nación cronológica, fantasmagórico crisol de cuatro décadas) nos reunimos para celebrar la aparición de esta inenarrable novela. Los presentadores no podían ser más idóneos, ambos transfiguraciones de personajes de Oceana: los escritores Florencia Edwards y Simón Soto. Unamuno habría aullado de emoción desde la tiniebla. Durante esta liturgia a la diosa Shala –lea Oceana si no entiende la referencia– se escuchaba de fondo la banda sonora de la novela, realizada especialmente por el autor y Los Pianopunks, y este murmullo contribuyó a provocar cierta extrañeza entre los asistentes. Simón Soto abrió esta ceremonia de lanzamiento dominical leyendo su presentación “Física cuántica, sicodelia y fe”, en que aludió a las múltiples capas del libro y a la complejidad con que la novela no se deja asir –lo que ha sido ratificado por el silencio crítico de los medios masivos estos meses. En su texto, Soto vinculaba la estructura de la obra con el caos organizado de la naturaleza que se aprecia en los fractales, así como la libertad para crear y relacionar distintos mundos y dimensiones en una apuesta arriesgada.

Por su parte, Florencia Edwards —que venía de presentar un robot de su autoría en otra feria— habló sobre la relación de la novela con las arbitrarias leyes de los juegos de infancia, esos en que los disímiles juguetes entran en acción según la lógica narrativa del niño o niña que organiza y estructura el relato, haciendo aparecer y desaparecer a los personajes según su antojo. Esta comparación se hizo más aguda cuando aludió al intertexto entre Oceana y los videojuegos, particularmente a la velocidad de las experiencias en primera persona como en la serie Zelda, donde sin mediación es necesario asumir una batalla con todo el universo en contra. Los pliegues y caminos sin salida de la novela de Maori Pérez en este sentido fueron descritos por Edwards como easter eggs en el registro técnico del videojuego, verdaderos premios para el lector atento: en suma, dijo la presentadora, se trata de una novela de iniciación para las generaciones más jóvenes, parangonable con El guardián entre el centeno o, más recientemente, con Harry Potter.

Finalmente el propio autor realizó una lectura ritual de la primera parte de su libro: primero enfrentó y produjo un golpe cara a cara entre Oceana y una antigua edición de Rayuela, de Cortázar; luego encendió un cigarrillo en la testera del salón, para estupor del encargado de sala y expectación de los asistentes, que mirábamos al techo buscando los detectores de humo y el estallido de los rociadores de agua en vano. Tras un par minutos –y pitiadas– llegó el gesto explícito del sonidista del GAM, ante el cual hubo que conversar con Maori Pérez. Una vez apagado el cigarrillo vino su veloz lectura, el aplauso, el brindis con vino tinto y frutos secos, la firma de algunos ejemplares y el final de la música cuando tatuados y tatuadores salían también de una sala vecina. (Martín Centeno, coeditor presente en el acto)

 

Florencia Edwards presentando Oceana

Maori Pérez y su cigarro en lanzamiento de Oceana

Sangría ofreciendo sus libros entre otros puestos en la Última Furia del Libro (Fotografía por Horacio Ríos)

(Fotografías por Horacio Ríos)

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