La noche del pasado miércoles 8 de mayo en el auditorio del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) Antonio Gil recibió una escultura alada de fierro fundido del escultor Sergio Castillo como premio Altazor «a la obra literaria narrativa chilena más relevante publicada en 2012» por su novela Retrato del diablo. El autor subió a recoger el galvano y agradeció a quienes votaron por su novela como también a quienes no lo hicieron. A continuación dedicó el premio a una escolar de Alto Hospicio -cuyo nombre desconocemos- que recita de memoria párrafos completos de otra novela suya, Cielo de serpientes (que el próximo año reeditaremos en la Reserva de narrativa chilena de Sangría).
Felicitamos cada vez que podemos a nuestro autor por tramar una obra extensa, personal, sin ceder a las tentaciones estéticas de cada época, por contribuir a darle cada vez mayor complejidad a la narrativa chilena de los últimos treinta años. También por hacer un pacto con el diablo en su última novela. Uno de los agradables coletazos demoníacos es este galardón. Todos los premios culturales son un bingo en el gimnasio que queda al lado de la plaza, donde esperamos con las cartillas tembleques mientras atrás de las cortinas el locutor se toma un corto de manzanilla que le hará ver otro número: de todas maneras todos los números esta vez venían contenidos en las páginas de la novela más rara, enrevesada, barroca, difícil y fascinante de la ya larga obra de Antonio Gil. Y a veces ese bingo es interesante por los reconocimientos que ofrece de vuelta: fósiles lacustres, artesanías cargadas e incluso paseos a lugares de donde nadie vuelve con el mismo cuerpo.
Este premio indica y registra por lo menos este año un desprecio inesperado de las instituciones a las narrativas convencionales que lo sustentan, y nos recuerda que por su intensidad muchas escrituras radicales que circulan en este momento y desde hace siglos en nuestros lugares no permitirán más ser ignoradas. Habría que preguntarse si, finalmente, los organizadores del Premio Altazor se están tomando en serio la alusión vanguardista en el nombre del premio que escogieron. O si tal vez el hecho de que sea este el único reconocimiento de los gremios culturales de Chile indica que la sociedad civil por lo menos quiere pensarse como una instancia independiente de los poderes económicos y del Estado, para reclamar su poder de cambiar el paralizante y discriminador statu quo de los privilegiados según el mismo movimiento que -nos gustaría- convoca masivamente a cada marcha estudiantil y -esperamos también muy luego- a una asamblea constituyente que haga confluir las naciones, comunidades y colectivos bajo un nombre cualquiera como Chile.