Este cuento fue escrito por Mónica Ríos en Vancouver durante 2015.


«Es un hecho conocido por todos que llamar a una persona por su nombre es el mejor método del despertar cuando se está durmiendo, o de despertar a un sonámbulo.

Me solía contar mi hermano por teléfono que ahora el fantasma vivía en la casa de una amiga suya. Habían sido compañeros en la universidad donde estudiaron psicología, pero ninguno de ellos se había titulado. Ella heredó dos casas contiguas y una fortuna después de la muerte de su padre; al mismo tiempo, él había descubierto en su terapia que ser adoptado lo sumía en un constante estado de desamparo. Él era extremadamente flaco; ella sufría de obesidad.»