Corre el año 1905 en Incendiópolis, ciudad más conocida como Valparaíso, cuando el cura José Julio Elizalde decide dejar los hábitos, proclamar en las calles el Evangelio Positivista de Comte y ser iniciado en el Rito de la Masonería. Mientras, en Santiago, el reporter Justo Bravo describe en su libreta cómo la muchedumbre obrera que protesta frente a La Moneda por falta de carne es masacrada por los fusiles de las tropas militares, y un niño de ocho años confiesa entre llantos a su familia que en el Colegio de San Jacinto ha sido violado en reiteradas ocasiones por sacerdotes y trabajadores de la congregación.
Dentro del mismo palacio donde se escenificara esta Semana Roja, la primera de muchas otras en Chile, el autor encuentra casi un siglo después los expedientes del que también sería el primer escándalo olvidado de pedofilia en la Iglesia Católica, entre tantos por venir. El hallazgo impone una forma definitiva a Carne y Jacintos, la nueva y más arrojada novela de Antonio Gil: el relato republicano con personajes reales de nuestra Historia como un proyecto perverso en cuyo código genético está el abuso sexual y la injusticia sociopolítica, y que sólo acepta ser narrado desde una metafísica del horror y la falla.