Después de ya cinco meses que pusimos El Arca a disposición de Uqbar para que lo distribuyera, de algunos medios para que lo comentaran y de preguntar en algunas librerías cómo ha sido la recepción, podemos decir que hemos vendido el 10% de nuestra tirada. Puede sonar como si fuera mucho, pero sólo sacamos 300 ejemplares y 50 se fueron a cada uno de los autores y los compiladores, a los medios de prensa y alguno que otro amigo a quien Carlos y yo, Mónica, quisimos regalarle estos cuentos. O sea, hemos vendido como 30. No es difícil imaginar por qué algunas editoriales buscan libros que vendan para poder subsistir; a pesar de esto, simplemente no nos da nada de placer seguir viendo ese tipo de cosas en el mercado y creo, por lo menos por ahora -uno nunca puede prometer cosas como esta para el futuro, tal vez cómo cambie uno, cómo cambien las cosas, cómo cambie el mundo-, que no publicaremos cosas como esas que detestamos ver en los anaqueles de las librerías.
La pregunta es ahora qué podemos hacer para dar más salida a El Arca y a las próximas novedades que vienen a mitad de año y que inaugurarán nuestra colección Reserva. Por lo pronto nos concentramos en sacar adelante un proyecto junto al Centro Cultural de España, un Festival de Microeditoriales, que quiere aunar a las pequeñas editoriales chilenas de literatura y a alguna que otra de Latinoamérica. Por lo pronto invitaremos a una de Argentina, una de Perú y una de Bolivia, con la posibilidad de que vengan algunas de Uruguay y México. Es extraño, eso sí, que este Festival de Microeditoriales sea una iniciativa que nace desde el Centro Cultural de España. España, justamente. O tal vez no lo sea tanto; será porque este tema -la autogestión, posturas abiertas y antimercantiles- ya permite discusión pública en ese país y tal vez por la calidad de la gente que trabaja y propone en estos proyectos en el CCE de Santiago. Por lo pronto, estamos trabajando con Natasha Pons, una artista visual y gestora cultural. Tenemos altas expectativas puestas en este Festival, y también el temor de que el desgano, tan chileno, y la falta de discusión, también tan típico de algunas personas del ámbito literario de nuestro país, no nos permita conseguir lo que queremos: revisar experiencias de las microeditoriales en Chile y Latinoamérica, con datos duros y opiniones fuertes sobre lo que aportan a la literatura y al ámbito cultural del país. Y tal vez, si el amor que le pongamos todos a esto lo permite, podamos proponer cosas que hacer en el futuro para hacer que las microeditoriales perduren y nos sigan deleitando con esos verdaderos fetiches en que convierten la forma y el contenido de un libro.