Ayer en la tarde murió en Santiago nuestra autora Isidora Aguirre. Su espectro es amplio y diverso. A pesar de que el trabajo de su vida fue el escenario, que su rol escritural en La pérgola de las flores la convirtió en un clásico vivo del teatro chileno, su dramaturgia como una obra integral todavía está por ser reconocida, estudiada y leída en toda su extensión, con su particular sintaxis musical, por su consciencia histórica, su uso del coro griego, su polifonía y su oralidad rural. Aunque la oficialidad del teatro se perdió el año pasado la posibilidad de reconocerla en vida con el Premio Nacional de Teatro, la edición literaria es el ámbito que más justo fue con ella: las múltiples ediciones de sus textos dramáticos en la editorial Frontera Sur, sus novelas acá en Sangría y en Uqbar, el trabajo académico sobre ella que realiza Andrea Jeftanovic, la hicieron sentir que su escritura sí tuvo consecuencia. Puso en práctica un modelo de ética artística: aunque era mujer, de clase alta, vinculada al teatro, no dudó en abrazar el socialismo, integrar en su escritura las formas populares, trabajar en televisión, escribir en registro chileno aunque montara sus obras y publicara sus novelas en Barcelona, La Habana o Copenhague. Todavía falta recuperar y valorar su obra como dibujante, guitarrista y cantante popular. Tal como en nuestra novela Carta a Roque Dalton el espectro de ese poeta salvadoreño la lleva al encuentro de la estética vitalista y explícitamente consciente de la relevancia política de todo acto que caracteriza su obra, el propio espectro de Isidora Aguirre seguirá visitando a la narrativa chilena y su edición, para recordar que debemos ser siempre contingentes, plurales y abiertos a las mezclas.