Estas fueron las palabras que Carlos Labbé, coeditor de Sangría, leyó en el marco del Festival de Microeditoriales el 18 de agosto de 2008:

«A pesar de que vivimos en una ciudad, en un país occidental, en un mundo moderno donde cada paso que damos, cada lugar al que accedemos y cada instancia de reunión con otras personas están previstos por las necesidades económicas de la producción industrial, de la identidad colectiva que necesita el trabajo en cadena y que inventa en las ficciones mercantiles –que llamamos publicidad, televisión o internet, indistintamente–, hay un medio de comunicación entre las personas que es realmente raro: el libro literario, pedazo de árbol anacrónico ante el cual las personas se quedan detenidas durante horas, de manera inexplicable, sin fabricar nada, sin moverse, en una conversación que excede la privacidad porque nadie puede oír a quien lee, ni entenderlo, ni estudiarlo, ni hacerlo que venda o compre algo en ese momento, ni controlar que no haga nada inapropiado.

Contradictoriamente, el libro ha sido uno de los pilares en la construcción del sujeto moderno: el libro inventó al individuo cuando todos éramos nación, el libro nos enseñó a leer, a escribir, a convertirnos en seres humanos modernos que queremos ver tele, comer pop corn, ir al estadio y estar siempre insatisfechos de nuestra vida. El libro, también, es un negocio que factura millones de millones de millones en el mundo civilizado, y cada año aumentan las ventas de esas extrañas empresas que hacen dinero de la actividad más silenciosa de todas. ¿Cómo hacer para que el libro vuelva a ser un medio inasible, arcaico, gratuito? ¿Cómo pueden vivir en un mundo de permanente trabajo aquellos que tienen el oficio antiguo de fabricar libros sin otro interés que permitir una vía de conocimiento profundísima, intensa y única al individuo a través del texto, los editores?

Les presento al Dragón de Komodo, el reptil de mayor tamaño en el mundo. Vive en la mayoría de las islas de Indonesia, entre el Asia suroriental y el norte de Oceanía. A pesar de que mide entre dos y tres metros, y que pesa entre ochenta y ciento cuarenta kilos, es un animal lento e introspectivo que sólo come carne en descomposición. Para matar a su presa no se da el trabajo de correr detrás de ella y atraparla, sino que se desliza cuidadosamente entre la arena, las rocas o el agua para darle una sola mordida profunda en cualquier parte del cuerpo. Luego se aleja, se sube a una roca y espera. En algunas horas el animal mordido por el Dragón está muerto y empieza a podrirse, ya que su saliva tiene más de ochenta tipos diferentes de bacterias que provocan una septicemia inmediata en la carne donde se adhieren.

Los Dragones de Komodo son individuos solitarios. Suelen movilizarse en pareja, y a veces se reúnen hasta con diez congéneres para nadar.

Como el animal más grande de Indonesia que es, desde hace más de cinco mil años los habitantes de esas islas mantienen una serie de ritos alrededor de su figura. Uno de los más importantes consiste en visitar en primavera las playas de Komodo, donde los Dragones se aparean con movimientos inusualmente gráciles y rápidos para sus enormes cuerpos, y se vuelven irascibles y celosos de su territorio. Tan antiguo también es el oficio del remador de Komodo, que echa al mar –en los principales pueblos de las islas– su canoa grande para ofrecer el viaje de visita a los dragones, que desde siempre ha tenido un carácter iniciático entre los jóvenes lugareños, que a los catorce años se ponen a prueba de que son capaces de nadar en las azarosas costas primaverales de Komodo y volver vivos a la canoa. Por eso desde el año 1912, cuando por primera vez el holandés Peter A. Ouwens, director del museo de Yakarta, dio a conocer en un Simposio de la Sociedad Científica de París una descripción y un dibujo del Dragón, con énfasis en la peligrosidad de su mordida, los gobernantes ingleses y holandeses de Indonesia prohibieron la navegación civil en las aguas de Komodo. La vigilancia se hizo estricta desde 1926, cuando W. Douglas Burden capturó veinticinco ejemplares en la isla y lanzó la hipótesis –comprobada en laboratorios de Chicago, Estados Unidos, en 1974– de que los Dragones de Komodo son los únicos animales prehistóricos que viven en nuestra era, y que se han mantenido sin evolucionar en esas islas desde hace ciento treinta y seis millones de años.

La prohibición de navegar en embarcaciones livianas las costas de Komodo, y de visitarlas por motivos que no fueran políticos, militares, turísticos o científicos, se mantuvo hasta 1945, cuando Indonesia se independizó. En el intertanto, las autoridades europeas fundaron veinte zoológicos en distintos poblados de las islas, desarrollaron programas de inserción de animales domésticos en las casas y departamentos de los habitantes de Yakarta, realizaron una importación masiva de aves desde las islas canarias, en vano: año a año jóvenes y viejos indonesios se negaron a tener gatos o perros en sus casas, a alimentar a los pájaros enjaulados que les regalaba el gobierno, a subirse a los buses especiales que ponían a su disposición para visitar los zoológicos los días festivos. Incluso se construyó una reserva natural que permitía a los habitantes de las islas cercanas recorrer un sendero donde, detrás de rejas, podían observar a los Dragones sin peligro. Pero nada funcionó. Cada primavera siguió existiendo –de manera clandestina, la mayor parte de las veces de noche, cuando había luna, en complicidad con la policía local– el oficio del remador de Komodo, hombres cuyos músculos, ojos y respiración estaban especialmente preparados para surcar las aguas y llevar a los jóvenes deseosos de ser iniciados en el nado por aguas peligrosas, y a sus familiares que necesitaban presenciar el encuentro entre esos cuerpos nuevos de su familia y esas criaturas enormes, antiguas, apacibles, corrosivas, enigmáticas a las que temen y admiran.

Quizá sea necesario agregar que actualmente –como siempre en sus millones de años de existencia– se ha anunciado que los Dragones están a punto de desaparecer. Las organizaciones zoológicas mundiales, por supuesto, tienen a este animal en su lista roja de especies amenazadas de extinción. Y nosotros, los editores de las diecisiete microeditoriales que estarán celebrando esta semana y todas las microeditoriales que existen, queremos ser los remadores de Komodo.

A continuación queremos presentarles a las diecisiete microeditoriales que estarán con nosotros esta semana, en cada mesa de discusión, lectura transmedial, conversando con una copa de vino en la mano o un libro.

En enero de este año hicimos una investigación para dar con las microeditoriales que existen en Chile, y también en otros países de habla castellana de nuestra América. A muchos los contactamos por correo electrónico, a los menos los llamamos por teléfono, y trece de los editores autogestionados chilenos nos respondieron que les interesaba juntarse a conversar de todo esto. Luego invitamos a cuatro microeditoriales de otros países, dos argentinas, una peruana y una mexicana, y todos dijeron que sí, encantados. Así que a esta fiesta vendrán:


1. Sangría Editora
2. Ediciones Mantra
3. Ediciones Frontera Sur
4. Ediciones Puerto de Escape
5. Ediciones de la Calabaza del Diablo
6. Ediciones Lanzallamas
7. Editorial Ciertopez
8. Colectivo Lingua Quiltra
9. Ediciones del Temple
10. Editorial Estruendomudo (Perú)
11. Ediciones Tácitas
12. Interzona Editora (Argentina)
13. Metales Pesados
14. Editorial Mansalva (Argentina)
15. Editorial Sexto Piso (México)
16. Editorial Problema
17. Ripio Ediciones
18. Ediciones Animita Cartonera



Obviamente, antes de bailar y soplar velas es necesario hacerse amigos. Conversar. Conocer quién va a ser tu invitado, con quiénes vas a estar en el viaje, qué es lo que le interesa a esos primos tuyos a quienes nunca has visto pero sabes que tienen tanto en común como diferencias. Entonces nos sentamos a escribir un cuestionario sobre cada uno de los puntos que nos parecen relevantes en el problema de la creación editorial, de las concepciones literarias, del funcionamiento concreto de un sello minúsculo de publicación en el mundo, de las relaciones culturales que podemos establecer entre nosotros, de nuestro vínculo con las sociedades en que vivimos, de lo local, de lo particular, lo general, lo internacional, lo global.»