El pasado lunes 12 de noviembre a las siete y media de la tarde en un auditorio de trabajo de New York University, en plena calle University Place de la ciudad de Nueva York, la narradora santiaguina Diamela Eltit condujo un conversatorio entre sus estudiantes del Master en Escritura Creativa en Español de esa universidad y Sergio Rojas, filósofo chileno y autor de dos recientes libros en la colección Ensayo de Sangría Editora. Eltit es una buena conversadora, así que con sus preguntas justas y abiertas Rojas pudo explayarse: cómo pasarse de la filosofía a la literatura y viceversa, cuáles son la aproximaciones más productivas a las artes contemporáneas, su experiencia como crítico de performances, si es posible reflexionar sobre las escrituras actuales sin hablar de sus instituciones y cómo hacer énfasis en la noción de escritura. El diálogo empezó con reflexiones de fondo sobre Kant y la historia de la filosofía, sobre el sujeto contemporáneo atrapado entre las estructuras sociales modernas, y la conversa de a poco se enfocó en casos literarios específicos, con un intercambio final a varias voces sobre neobarroco y camp, sobre el abuso de las comillas como suspensión de toda naturalización de identidades y conceptos -ahí los coeditores de Sangría nos quedábamos pensando en el difícil equilibrio de las comillas y las cursivas en la edición de ensayos-, y si la necesidad de que existan los memoriales desde un punto de vista historiográfico -monumentos, libros patrimoniales, películas y series de televisión que dan una mirada cotidiana al trauma político de las décadas pasadas- invalida la necesidad de que existan memoriales desde un punto de vista de relevancia artística.

Entre sánguches vegetarianos, café y té, a la hora de almuerzo del miércoles 14 de noviembre en el campus Douglass de la ciudad neojersiana de New Brunswick donde está el departamento de Español y Portugués de Rutgers University, fue tanto o más intenso el debate. Esta vez era en una sala de posgrado; en una mesa larga y en conjunto con sus colegas organizadores del Grupo Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos de esa universidad, nuestra coeditora y autora Mónica Ríos convocó a  un antropólogo, una curadora de arte contemporáneo, a otro escritor y otros siete estudiantes del posgrado local con algunos de sus mejores profesores. Invitada especial junto a Sergio Rojas fue la intelectual bonaerense de Columbia University Graciela Montaldo, quien hizo una lectura de una obra de teatro y de una película -las dos recientemente estrenadas en Argentina- para hacerse la pregunta por el vocablo pueblo, sobre si aún cabe enunciarlo en una discusión sobre políticas del arte y la literatura, y si es posible hacerlo en propiedad como resistencia. A continuación Rojas expuso su noción de individuo -en azarosa complementariedad epistemológica con su colega- desde su lectura de la película chilena No como modelo del discurso del cinismo en contraste con el problema de la real intervención política de los movimientos estudiantiles chilenos recientes. Se armó una fructífera conversación sobre ese cinismo, sobre si a juicio de los que estábamos ahí era posible cambiar de raíz el sistema capitalista neoliberal que tiene estrangulado al individuo aquí, acá y acullá. Con argumentos doctos y persuasivos Rojas argumentó que ya el hecho de hablar de salir de la modernidad y su capitalismo es una paradoja que describe su imposibilidad, porque no se trata de un modelo abstracto sino de una práctica cotidiana: tal vez, seguramente, la estructura neoliberal nos tiene conformados como sujetos de transacción -no de transa, queríamos pensar los que ahí estábamos- y es impensable que podamos salir de nuestra propia constitución psíquica. El desacuerdo -el malestar, en palabras de Rojas- se dio en buenos términos y fue una ilustración de los problemas urgentes que aborda una Academia que quiere intervenir realmente en su mundo: en un momento eran cinco las voces que hablaban de que quizá los colectivos culturales, las parejas, los barrios, los grupos de identidad sexual o étnica sí pueden formar estructuras no modernas y no capitalistas, con voluntad y mucho cuidado y mucha capacidad de organización. Montaldo puso como ejemplo la crisis argentina de 2001, cuando la modernidad desapareció como forma de vida y en los escombros de ese sistema surgieron por entonces infinitud de microeditoriales, grupos barriales, colectivos de teatro, escenas musicales, y centros culturales, y organizaciones estudiantiles, y cooperativas de producción local que todavía funcionan y que han construido la parte más interesante de la cultura argentina actual; dijo que las cartoneras y las editoriales alternativas ahora publican y hacen intercambio no sólo por rigor literario o razones comerciales, sino también por afinidad barrial, territorial, ideológica e incluso explícitamente por amistad. A los dos coeditores y autores de Sangría que estábamos ahí -Mónica Ríos y Carlos Labbé– el debate nos hizo entender algo sobre la mayoría de los microeditores colegas nuestros en Santiago, que aunque diferentes a Sangría en los criterios editoriales -para nosotros existe como para ellos una meta de calidad literaria que guía, y además una necesidad de intervenir en nuestros mundos-, nos son cercanos en la construcción de una estructura social que no es del todo moderna neoliberal ni tampoco logra cuajar en una estructura diferente que parta de la absoluta gratuidad, del trueque o de la cooperatividad. Eso no lo dijimos en la mesa de discusión, pero Ríos lo dejó implícito cuando preguntó qué pasa cuando las diferencias de identidad no son sólo discursivas, sino biológicas, de sensibilidad, y uno simplemente no puede físicamente pertenecer a esa estructura moderna. ¿Hay que optar entre incluirse en la modernidad, construir una nueva estructura sociable, o enfermarse y morir?

El lanzamiento de nuestro ensayo Catástrofe y trascendencia en la narrativa de Diamela Eltit, de Sergio Rojas, en la librería McNally Jackson Books del barrio SoHo, de vuelta a New York City el pasado viernes 16 de noviembre a las ocho de la noche -entre atrasos de nosotros los organizadores, cortos de tequila y pisco para enfrentar el frío de las tardes otoñales del noroeste gringo y la presencia de narradores, poetas, profesores y lectores de todas partes de Latinoamérica y Estados Unidos entre las sillas del subterráneo de esta librería que en español dirige el uruguayo Javier Molea-, fue el corolario de una semana de conversación sobre cómo es posible que las sutilezas estéticas de la experiencia literaria tengan una resonancia en las luchas políticas que se hacen cada día más dramáticas, radicales, urgentes y también desalentadoras en su permanente promesa que no llega a cumplirse. Micrófono en mano, los coeditores Ríos y Labbé dimos la bienvenida e hicimos las preguntas que permitieron la conversación entre el novelista caraquense y profesor de Princeton University Javier Guerrero y nuestro autor Sergio Rojas, para los cuales exactamente la noción de catástrofe -según Rojas la mejor manera de nombrar un estado permanente de guerra y destrucción que está en otra parte, que nadie conoce pero a todos nos afecta en un malestar constante, ¿tal vez otra manera de describir el sistema capitalista?- y de cuerpo -según Guerrero el modo más explícito de trascender el problema, de entender desde un permanente presente comunitario y a la vez autoconsciente esa solución que Eltit plantea como un nuevo sujeto que desanude esta estructura- guió el diálogo sobre maneras justas de leer novelas como Impuesto a la carne más acá de la dislocación entre historia y relato histórico, como El cuarto mundo más lejos de la propuesta de una nueva maternidad liberada de la sujeción de la mujer, Lumpérica fuera y nuevamente en la plaza como espacio público recuperado por las masas de estudiantes chilenos ahora mismo, y Por la Patria de nuevo sería la consumación de un individuo que para volverse chileno, latinoamericano y moderno tiene que siempre estar deseando a otro, querer ser alguien más hasta travestirse pero sin cobrar conciencia de que hay un placer en ello. Las preguntas del público y los aplausos para Javier Guerrero, Sergio Rojas y Sangría Editora se abrieron a las emotivas palabras concluyentes de Diamela Eltit, pero sobre todo fueron iluminadas por esa que queremos parafrasear como la frase más importante de este lanzamiento: «Es muy necesario celebrar, brindar y felicitarse entre quienes estamos haciendo bien las cosas, pero al final hay que acordarse de que todo sigue y la lucha continúa igual».