En la colección Reserva de narrativa chilena publicamos La sombra del humo en el espejo, de Augusto d’Halmar.
Augusto d’Halmar nació en Santiago en 1882. Hijo del navegante bretón Augusto Goemine y de la chilena Manuela Thomson, tomó el apellido de su bisabuelo sueco para firmar una obra narrativa marcada por el cosmopolitismo y la complejidad.
Inspirado en novelas como Resurrección, fundó junto a Fernando Santiván y Julio Ortiz de Zárate la Colonia Tolstoyana de San Bernardo en 1904, que sin embargo duró pocos meses. Ejerció como cónsul general de Chile en Indostán desde 1907 a 1909, año en que fue trasladado a Eten, Perú, donde ejerció la diplomacia hasta 1915. A partir de ese año se integró a Pedro Prado, Acario Cotapos, Alfonso Leng y Juan Francisco González, entre otros, en el grupo artístico Los Diez, con quienes participó en coloquios literarios y creó la revista homónima.
En 1902 publicó la novela Juana Lucero. En 1917 se radicó en Buenos Aires y después en Madrid, donde publicó Nirvana, Mi otro yo y La sombra del humo en el espejo entre los años 1918 y 1924. También en 1924 publicó Pasión y muerte del cura Deusto. Luego, en 1934, publicó Capitanes sin barco, cuando regresó definitivamente a Chile entre homenajes a su labor cultural. En 1942 se hizo merecedor del Premio Nacional de Literatura, que había sido creado el mismo año.
Augusto d’Halmar murió el 27 de enero de 1950. En su tumba puede leerse la frase con que concluye La sombra del humo en el espejo: “Nada he visto sino el mundo y no me ha pasado nada sino la vida”.
Escrita en París durante 1918, La sombra del humo en el espejo es un punto de inflexión en la obra de Augusto d’Halmar y también en la literatura chilena: es la apertura del enclaustrado narrador santiaguino a otras tradiciones y relatos. A través de Egipto, por el Sahara y en el relato de su idilio con el muchacho Zahir –junto al cual el protagonista continúa rumbo a la India y Estambul, Atenas y París, pasando por diferentes destinos en Italia, Suiza y Marsella, para terminar solo en Perú–, esta primera novela de la tetralogía transeúnte de d’Halmar presenta una escritura donde el tiempo es retenido por las sensaciones y los padecimientos físicos del narrador, que lucha con el pasar de la página como contra un sentimiento de pérdida que acecha los recuerdos.